viernes, 23 de marzo de 2012

Heráclito y Parménides.




Heráclito de Éfeso, que vivió hacia el s. VI a.C habría tolerado mejor que Pitágoras un mundo irracional. Su apodo era "El Timón" porque mantenía que el mundo está siempre cambiando y en un estado de permanente conflicto. Esto lo ilustra mejor sus célebre dicho: "Todo fluye, nada permanece". Sin embargo, para Heráclito, bajo esta lucha de opuestos subyace un orden o ley que regula su funcionamiento: el LOGOS, simbolizado por el fuego, algo que siempre está cambiando y que, no obstante, preserva su unicidad. A diferencia de los sabios de Mileto y Samos, Heráclito se caracteriza por preguntarse cómo es la realidad, no de dónde viene. La originalidad de su intuición fue haber imaginado el mundo como un gigantesco campo de batalla en el que se enfrentan fuerzas más o menos similares. La lucha no constituye una excepción, sino la norma de vida, o mejor dicho, es la vida misma y los hombres debían aceptarla como una especie de justicia natural. Pero con frecuencia a Heráclito se le entiende mal porque en realidad en su universo subyacen la unidad y la consistencia, solo que el conocimiento obtenido por los sentidos y en el que creemos, es "relativo al observador", por ejemplo: una montaña sube o baja dependiendo de dónde nos encontremos en cada momento, pero el camino que sube y el que baja es en realidad el mismo.

Parménides de Elea (s. VI a.C), a diferencia de Heráclito, buscaba el principio y el logos de la naturaleza en lo real. En su poema "Sobre la naturaleza" plasmaba lo contrario de Heráclito: la necesidad lógica y por tanto real de la esencia de todo lo real, el ser. Parménides usó el ser en el sentido de aquello que hace que lo existente exista, y así reflexionando ingenuamente sobre el significado del término ser y aplicando una argumentación lógica, expuso: el ser es, y si su contrario es el no ser, no existe; como el ser es todo (o la esencia de todo) el ser es uno, y es ingénito, pues ¿qué nacimiento podrías encontrarle?, no puede nacer del no ser, pues por el axioma se ha estipulado la inexistencia del no ser; tampoco del ser, pues entonces habría dos seres, y por el axioma se ha estipulado la Uno-Totalidad del ser; por la misma argumentación, el ser es imperecedero; el ser es uno, invariable, perfecto e inmóvil. Estas cualidades captadas por la razón, aplicadas al mundo niegan la realidad del cambio, contradiciendo el sentido común.

Si se me permite hacer una breve alusión a cómo solucionaron el problema Platón y Aristóteles, se verá mejor el meollo del problema. El ser se dice de muchas maneras. Platón dirá que es inaceptable la aceptación parmenídea de que no podemos pensar el no ser porque no existe; debemos atrevernos a pensar el no ser no como una nada, que ciertamente no existe, sino como una alteridad o diferencia para indicar que A no es B; de tal modo, ser significa lo que existe, pero también la esencia, la identidad de una idea consigo misma. Aristóteles, con la introducción de los conceptos de potencia y acto, atacó el corazón tanto del axioma como de la argumentación parmenídea. La dynamis es ser, aunque de distinta manera de ser-energeia; luego, hay más de un ser, del ser-dynamis (en potencia) nace el ser-energeia (en acto), contra el postulado parmenídeo de que el ser no puede nacer del no ser. Esta nueva manera de razonar da como resultado una nueva y más correcta visión del mundo; ahora bien, estamos ante una filosofía del lenguaje, es decir, que si no poseemos una estructura lingüístico-conceptual adecuada no podemos expresar el mundo, cumpliéndose bien aquí la famosa afirmación que reza "los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje".

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